El poder a lo largo de la
Historia ha utilizado variados medios para perpetuarse, para acrecentar su
dominio o forma de dominación, desde la difamación al mecenazgo, desde la
prohibición al oprobio público, incluso
en ocasiones, el destierro o el
ostracismo (entiéndase este en su acepción peyorativa). Hay una forma aún más
drástica de actuar, el simple y llano asesinato, práctica utilizada para
eliminar a cualquiera que supusiese un obstáculo para fines mayores. Esta
práctica además ha sido “patria común” de reyes y súbditos, de hombres y
mujeres, de eclesiásticos y mafiosos, que en múltiples formas han
hecho buena la conocida máxima de Maquiavelo “el fin justifica los medios”.
No nos queremos referir aquí al
asesinato común, por dinero o por barbarie, pretendemos hablar de aquellos
asesinatos que detrás tienen una finalidad mayor, bien sea política, religiosa
o simplemente por liderazgo, lo que
todavía nos ofrece un abanico enorme de posibilidades, pero también es
cierto que reduce mucho el número de las mismas.
Haciendo un pequeño recorrido
histórico podemos hablar de los Zelotas,
un grupo judío radical, surgido en el siglo I, que atentaba contra aquellos
judíos que se mostraban demasiado tolerantes con la presencia de los romanos en
Judea. Aplicaban el asesinato selectivo y el fanatismo religioso, de ahí su
nombre, que procedería del “celo” con que desempeñaban las prácticas hebraicas.
Famosos Zelotas o Zelotes serían, Barrabas, aquel a quien el pueblo judío salvó
de la cruz en perjuicio de Jesús, o aquellos ladrones, Gestas y Dimas, que
acompañaron al crucificado en el Gólgota, y que en realidad eran más que
rateros como nos ha querido transmitir la tradición cristiana. Esta última teoría es argumentada por el mismo
Papa emérito Benedicto XVI en la segunda parte de su obra Jesús de Nazaret. El asesinato como profesión, nos
ha transmitido un término que deriva de esta época, y que además entronca con
los Zelotes, me refiero al vocablo Sicario. Los Sicarios serían en origen una manifestación aún más radical de los
Zelotes, de los que se escindirían, y su nombre procede de la utilización de la
“Sica” una pequeña espada curva con la que perpetraban asesinatos de Fariseos o
Saduceos.
En este recorrido histórico no
pueden faltar los famosos Nizaríes, una secta ismaelita desgajada de los
Chiíes, aquellos musulmanes que siguen la línea de sucesión tras Mahoma marcada
por Alí (es decir, por aquellos descendientes inmediatos del profeta) y que
conformarán la segunda gran corriente islámica tras la mayoritaria de los
Suníes. Es bajo la sombra del poderoso califato Fatimí, en Egipto cuando los
Nizaríes alcancen su mayor proyección, en torno a la fortaleza de Alamut
(actual Irán) entre el siglo XI y XIII,
dirigidos por “el viejo de la Montaña”, especie de autoridad (entre los que
destacó principalmente Hasan bin Sabbah) que ordenaba asesinatos y muertes entre
dirigentes políticos y militares rivales, principalmente de Seléucidas o
Cristianos, siendo también conocidos, probablemente por la costumbre de beber
hachís como “Hashashin”, y que por paradojas de la historia y de la evolución
lingüística nos dejarán para la posteridad el término de “Asesino”, vinculado no con el consumo
de hachís sino relacionado con su otra macabra afición, la de matar gente.
En el siglo XV, mientras el
Humanismo dominaba la academia florentina y en Roma el pontificado estaba en
manos de un español, Rodrigo de Borja, quizás más conocido como Alejandro VI, o
simplemente Papa Borgia, se inició un periodo prolífico para el asesinato, el
envenenamiento y la eliminación de rivales, hasta el punto que el mismísimo
Leonardo da Vinci escribió un tratado en el que indicaba como un determinado
anfitrión debía situar en un sitio concreto al invitado que pretendía asesinar,
facilitando la retirada del cadáver y que los demás comensales prosiguiesen con
el arte de yantar como si no hubiese sucedido nada. En este periodo no debemos
dejar de mencionar a un oscuro personaje, de origen valenciano que se convirtió
en el brazo ejecutor de las aspiraciones de su patrón, el ambicioso Cesar
Borgia, hijo segundón del mencionado Papa Borgia, nos estamos refiriendo aquí a
Miquel Corella, quien dejó un rastro de sangre imborrable al tiempo que su
señor abandonaba la carrera cardenalicia y abanderaba los ejércitos del
Vaticano, tratando de hacer de los estados Pontificios la base de un nuevo
reino italiano unificado, aunque como sabemos no consiguió sus objetivos. Para
ser el modelo de gobernante elegido por Maquiavelo en su obra “el Príncipe”
queda claro que este personaje uso todos los medios a su alcance para alcanzar
sus objetivos, y dentro de esos medios, Miquel Corella resultó clave. Entre
otros logros se cree que fue Corella quien eliminara a Juan Borgia, obstáculo
que Cesar tenía que salvar para salir del ámbito eclesiástico, donde actuaba
como Cardenal, y acceder al mando militar que anhelaba. No fue el único
asesinato de Corella, el “perro fiel” de los Borgia, eliminó también a; Alfonso
de Aragón, Bernardino di Niccolò, Oliverotto da Fermo, Vitellozzo Vitelli,
Paolo Orsini, Francesco Orsini, o al señor de Faenza, entre otros muchos que
seguramente acabaran siendo pasto de los peces en el Tíber.
Siguiendo el recorrido histórico
tenemos que afirmar que el Imperio Hispánico también estuvo sembrado de
cadáveres, conocido es el caso acaecido bajo el reinado de Felipe II, en el que
sería asesinado Juan de Escobedo, secretario de Don Juan de Austria,
hermanastro del llamado “diablo del
mediodía”. Juan de Escobedo solicitaba fondos y ejércitos para su señor Don
Juan de Austria, nombrado Gobernador de los Países Bajos. Parece ser que detrás
de toda esta trama de asesinato se encuentra el secretario personal de Felipe
II, Antonio Pérez, que temía las acusaciones de Escobedo, quién le había
amenazado con hacer públicas algunas prácticas poco lícitas que este practicaba
con asiduidad, como la venta de favores o el cobro de dádivas por hacer su
trabajo, y que además convenció al monarca de que tanto Escobedo, como su señor
Juan de Austria, eran unos traidores que pretendían la misma corona hispánica.
Por un motivo u otro y tras varias tentativas fallidas, Escobedo fue “atravesado
de lado a lado”, el día 31 de marzo de 1578, con la connivencia del
Rey, quien poco después también intentaría lo propio con su secretario
Aragonés.
Emplazándonos ya al siglo XX,
podemos referir todo tipo de asesinatos y eliminaciones con un componente
higiénico, desde el punto de vista político o partidista, pero limitaremos este
amplio panorama a tan sólo una serie de elementos concretos.
Así, dentro de todas las
clasificaciones de genocidas y perturbados del pasado siglo, aparece con letras
de oro el “Zar Rojo”, Iosiff Stalin, causante de la muerte de millones de
personas, entre purgas, asesinatos, campos de trabajo y acusaciones políticas,
falsas o no, hay autores que elevan estas cifras a 23 millones de personas. Al
margen de este genocidio, quisiera mencionar, dentro de las acciones de Stalin,
el asesinato de Trotsky y el asesinato de Andreu Nin. En el primer caso, de
sobra es conocido como el español, Ramón Mercader, haciéndose pasar por un
periodista acabaría con el antiguo dirigente soviético y rival de Stalin, Lev
Trotsky, quien defendía la vía del socialismo universal, frente al georgiano
que se conformaba con el socialismo tan sólo en Rusia. El 20 de agosto de 1940,
con un piolet y por la espalda, Mercader acabaría con la vida del antiguo camarada de
Stalin y del propio Lenin, Lev Trotsky.
No menos significativa fue la tortura y eliminación del fundador del POUM (Partido
Obrero de Unificación Marxista), Andreu Nin, comunista y revolucionario
catalán, eso sí, partidario de la vía universalista del socialismo que
representara Lev Trotsky. Andreu Nin se convertía en enemigo de Stalin en pleno
proceso de purgas, y sería detenido, vejado y asesinado por orden de Alexander
Orlov, representante del NKVD, la temida policía política soviética, en una
España partida por la guerra. Tras la detención arbitraria, la tortura, y sin conseguir nada en claro, Nin
sería ejecutado por sus captores el día 22 de junio de 1937, y no fallecería de
forma dulce, sería desollado vivo por no
traicionar a sus camaradas del POUM.
En nuestro macabro trayecto
obviaremos algunos asesinos y depravados que no por manidos pierden
importancia, pero, claro está, no podemos aquí recoger todo lo acaecido en el
“arte de matar”, como lo han denominado algunos. Por ello no hablaremos de
Reinhard Heidrich, Ilse Koch, Heinrich Himmler y toda la nómina de asesinos y
turbados nazis, pero al menos que quede constancia de su existencia por esta
escueta mención.
Otro ámbito donde la práctica del
asesinato es habitual, y hasta cotidiana, es en la Mafia, la Familia, los
Hombres de Honor, la Camorra, o las diversas alusiones con que nos queramos referir a las bandas criminales organizadas. El listado de
asesinos a sueldo es enorme, por ello sólo me referiré a Abe Reles “Kid
Twist”, un asesino a sueldo que
trabajara en la década de los años treinta al servicio de la Murder. Inc, o lo
que es lo mismo, la mano ejecutora del
sindicato del crimen fundado por Lucky Luciano y Meyer Lansky, y que tenía por
objeto ajustar cuentas con quienes se interpusieran en los intereses de las
familias mafiosas neoyorkinas. Este asesino despiadado es el causante de más de
1000 asesinatos, algunos realizados de forma salvaje utilizando un picahielos
que clavaba en el cerebro de sus desdichadas víctimas a través de las orejas,
convirtiéndose en el prototipo de mafioso que luego Hollywood nos ha
transmitido en numerosas películas de gánsteres. Moriría en 1941, con tan sólo
35 años, se había convertido en un delator, y el que fuera el perfecto ejecutor
fue arrojado por la ventana del hotel donde se refugiaba de
sus antiguos colegas criminales.
En el convulso siglo XXI, al
margen de los asesinatos llevados a cabo con una motivación religiosa, donde
tendríamos que mencionar al Estado Islámico y otros grupos integristas, quizás
los asesinos más despiadados han sido aquellos que han estado al servicio de
los cárteles de la droga, colombianos o mexicanos. Destaca por sus aterradores
números Jhon Jairo Velásquez, alias “Popeye”, el brazo ejecutor de Pablo
Escobar, máximo dirigente del Cártel de Medellín. Se le atribuyen cerca de 3000
asesinatos, ordenados, 300 realizados con sus propias manos, políticos, bandas
rivales, jueces, periodistas, candidatos presidenciales caerían bajos las balas
de este sanguinario hombre, al servicio del señor de las drogas de Medellín.
Finalizo aquí este truculento
recorrido por el crimen a lo largo de la Historia, se dejan numerosos capítulos
y protagonistas en el tintero, pero ya se abordarán si viene al caso, en otros
artículos, nos sobra tiempo. No quisiera acabar sin mencionar, al menos, dos
nombres; Alexander Litvinenko, ex espía ruso, envenado en Londres, en el año 2006,
y Anna Politkóvskaya, periodista rusa, tiroteada en el ascensor de su casa,
también en el año 2006, en ambos casos detrás se encuentra la siniestra sombra
de Vladimir Putin (aunque no se puede demostrar efectivamente), el presidente
ruso, que aún hoy permite proseguir con este rastro de sangre por el que camina
la misma Historia.
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