Ponzoña que se bebe por los ojos,
dura prisión, sabrosa al pensamiento,
lazo de oro crüel, dulce tormento,
confusión de locuras y de antojos (...)
dura prisión, sabrosa al pensamiento,
lazo de oro crüel, dulce tormento,
confusión de locuras y de antojos (...)
Gutierre de Cetina.
Es difícil encontrar un término
que se ajuste más a la realidad política del momento, y con esto me refiero a
la corrupción sistémica, a la que cada
vez estamos más acostumbrados, yo diría que dócilmente inmunizados. Por
ponzoña, y atendiendo a la definición del Diccionario de la R.A.E. nos
referimos a la “doctrina o práctica
nociva y perjudicial a las buenas costumbres”, por tanto, dentro de ésta
acepción cabría ubicar todas las manifestaciones delictivas que jalonan informativos
y diarios casi de forma sistemática, convirtiéndose en un eco molesto presente
en comidas, cenas o conversaciones, nada escapa a ésta realidad.
La utilización de lo Público con
fines privados es algo que acompaña al hombre desde hace ya demasiado tiempo,
pero sin embargo, las cotas de depravación de los días actuales es difícilmente
observable en toda la Historia. Siempre
se ha robado, pero jamás se ha hecho con tanta confianza en la impunidad, jamás
se nos ha tratado de forma tan evidente como absolutos imbéciles. En la
Historia se ha utilizado el miedo, la religión, la sociedad, la sangre, como
medios a través de los cuales unos pocos
se han apropiado de la parte de otros muchos, en nombre de los más
variopintos argumentos, a cada cual más absurdo. Pero en estos casos se trata
de coger algo entendido como propio, y
que no pretendo justificar en manera alguna aquí, pero también, es cierto que había un sistema que lo amparaba, no era, si
se me permite, robar, no se trataba, en
estos términos de corrupción propiamente dicha (amén de lo repugnante que a mí
me pueda parecer).
Los griegos, que inventaron
nuestra “cultura”, que hicieron casi todo, ya usaron una institución que
denominaron “ostracismo”, y que
suponía el destierro y el repudio público para todos aquellos que pudiesen
dañar o atentar contra las bondades de lo público. Qué grandeza la de los
griegos, que eliminaban de un plumazo aquello que amenazara al conjunto. Sus
hijos culturales, los romanos, mandaron
al exilio al vencedor del temido Aníbal Barca en la Batalla de Zama, al “Africano”,
a Publio Cornelio Escipión, bajo la
acusación de apropiarse, en beneficio propio, el tesoro público romano.
Eliminaban aquello que violaba lo público, independientemente de que fuese el
general que les había salvado, probablemente de la misma desaparición.
En España hemos hecho lo más
difícil, ser capaces de vertebrar una Transición desde una dictadura de
cuarenta años, que en sus inicios apoyaba al nazismo, hasta establecer un régimen constitucional y
democrático ejemplar por su capacidad de maniobrabilidad y entendimiento entre
partes, en ocasiones demasiado alejadas. Eso era el paso complicado, y lo
hicimos, en mayor o menor medida de forma brillante (sobre la otra versión de
la Transición ya hablaremos en otra ocasión) y en algún tramo del camino,
perdimos el Norte y dimos paso a la Ponzoña. El esfuerzo colectivo en pro de
la libertad y la democracia se ve enfangado por la avaricia de los infames.
No voy a hacer aquí un recuento
de los casos de corrupción existentes en los últimos tiempos, pero si puedo
decir que gran parte del sistema se encuentra afectado por una forma u otra de
corrupción. Todos los partidos políticos tradicionales (PP-PSOE-IU) albergan o
han albergado corruptos entre sus filas, en algunos casos el argumento del “garbanzo
negro” no basta, porque hablamos de cosechas enteras de garbanzos negros, donde
en todo caso, se puede percibir algún
garbanzo blanco. Partidos políticos, sindicatos, jueces, independentistas,
negros, blancos, todos pringados de ponzoña, de fango, de infamia. Como docente
considero que hay que incidir en la educación como antídoto contra
la corrupción, hacer ver a los
jóvenes que lo público es algo intocable,
mostrar que lo público es sagrado, querer lo que entre todos hemos conseguido es
un objetivo incuestionable, saber hacer un buen uso de todo lo colectivo
imprescindible, sólo si somos capaces de trasmitir ese mensaje podremos
solventar el problema de la corrupción. Claro está, todo esto es muy difícil si
los que nos roban salen indemnes, sin castigo, y sobre todo conservando todo o
buena parte del botín que nos han robado, hay que ser más serios en contra de
la ponzoña, hay que hacer pagar a los canallas el peso de sus fechorías.
El espíritu patrio no debe estar
en equipos de futbol, en palabrería de tasca, o en bravuconerías ante el grupo
de amigotes, está en querer que el país sea algo de lo que enorgullecernos
todos, sin que falte nadie, embebidos de ideales nobles, acabando con la
ponzoña y dando ejemplo de ser un grupo humano serio, inteligente, ilustrado...,en
definitiva LIBRE.
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