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martes, 9 de febrero de 2016

"El escaparate"

El afán de notoriedad es propio del hombre, todos queremos en cierta medida ser reconocidos, admirados, recordados, que nuestro nombre no se borre de la Historia. El propio Aquiles prefirió la muerte gloriosa a la vida larga y apacible, a cambio de la parca, el aqueo entró en la eternidad para no ser olvidado nunca. Más cercano en el tiempo y menos legendario es el empeño que los generales y emperadores romanos pusieron en ser recordados, y así aparecen los bustos, los arcos del triunfo y las columnas conmemorativas, que daban gloria y perdurabilidad en el tiempo, los cuerpos desaparecen pero las piedras prevalecen a través de los años, y con ellas el recuerdo de hazañas, de hitos, de nombres que se convierten en ecos de la Historia.
En nuestros tiempos podemos observar que ese afán de notoriedad sigue prevaleciendo en esta denominada "aldea global", y que aún nos gusta ser observados, queridos, reconocidos. Habiendo consumido más de una década y media del siglo XXI, las redes sociales copan la forma de relacionarse de gran parte de la población. Las redes sociales son, hoy día, tan importantes que en parte, en algunos casos es difícil distinguir la persona real que se esconde tras el personaje construido a través de la red social. En los últimos años se ha producido un aténtico "boom" del internet, y dentro del mismo de las redes sociales, donde todos buscamos un espacio propio pero al tiempo común con el resto del grupo en el que nos encontramos insertos. Las bondades de las redes sociales son muchísimas y sus posiblidades casi infinitas, desde las relaciones personales hasta la difusión cultural o el mero y simple entretenimiento. 
Al margen de las posibilidades que nos ofrecen las distintas redes sociales, el sentido de mi artículo y la crítica que, desde aquí quiero hacer, se refiere al título de este artículo, al escaparate, a lo que mostramos en primera linea de costa, si, de ese océano de información y en muchos casos de vanalidad que supone la experiencia compartida a través de la red. Reconozcamosló, no somos tan geniales, guapos, divertidos, cultos, responsables, comprometidos, participativos, reflexivos, cool, etc, somos personas normales, con nuestras bondades y miserias, con nuestros errores y aciertos, más altos, bajos, gordos o delgados, en definitiva humanos. Hay un celo excesivo en mostrar una realidad falsa, que nos aleja de lo cotidiano, que transmite una serie de productos elegidos por bonitos, buenos, representativos de lo mejor de la tienda, en este caso de la persona en concreto, pero es que sabemos que somos mucho más que vanalidad, hay grandeza en equivocarse, en volver a caer en los mismos errores, porque es normal también volver a intentarlo hasta acertar. En las redes sociales mostramos una realidad sesgada, estudiada, que busca agradar, llamar la atención y ganarse la connivencia del resto del grupo, y que en mi opinión trasmite una gran mentira. Cada día entro menos en las redes sociales, precisamente por esto, porque conozco a muchas personas que dan una imagen totalemente distinta a lo que son en el mundo real, porque sí, el mundo real está en nosotros, en la calle, en el trabajo, en el mundo, la red social, y más en este sentido es una dramatización de la realidad, con un libreto que nosotros mismos nos escribimos y en el que, como no, tenemos el papel de protagonistas. En este pseudo universo telemático, el mundo real sólo existe si se refleja en la red, si nuestro pequeño o enorme mundo  social nos da un "me gusta" o simplemente lo ve.
No pretendo parecer un iluso, se que todo el mundo conoce este juego y que todos hemos participado del mismo, pero eso sí, debemos saber que la realidad es la que nos encontramos en  nuestra vida, y que lo que transmitimos a los demás, en la red, es sólo ese bonito escaparate de lo más superficial y brillante que  nos aporta nuestro poquito de notoriedad. 
En mi opinión sincera creo que lo más bonito en este mundo es ser fiel a uno mismo, ser franco, coherente, humilde, respetuoso, ser una persona como otra cualquiera, sin necesidad de ser aclamado por no hacer nada reseñable, los panteones seguirán llenándose de nombres que perdurarán o se olvidarán, seguramente con méritos de sobra merecidos. En la red y en la calle ya nos encontramos demasiados teatros, demasiadas mentiras, no es necesario mostrar más disfraces que el real, porque hoy más que nunca, la vida es un Carnaval...

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