El añorado Eduardo Galeano dijo que la utopía servía para caminar, porque siempre estaba en el horizonte, de modo que si uno anda dos pasos, la misma se aleja dos pasos, y qué sentido tiene, entonces, buscar la utopía, si está siempre huye. Pues muy sencillo, Galeano nos dio la clave, la utopía sirve para eso mismo, para caminar. Muchos han sido a lo largo de la historia los que han buscado la utopía y han caminado largo trecho sin alcanzarla. De ellos, en el último siglo y medio, destacan los anarquistas, que buscaban un ideal inalcanzable, la Libertad, o lo que es lo mismo el arte de volar, sin ataduras, libres como cualquier pajarillo. Uno de estos anarquistas se arrojó con noventa años desde la ventana de una cuarta planta en la residencia donde pasaba sus últimos días. No era otro que Antonio Altarriba Lope, padre del famoso escritor, profesor e intelectual Antonio Altarriba, quien, hace ya algunos años, en torno al año 2009, homenajeó a su progenitor contando su vida en una novela gráfica, ilustrada por Kim y con un guion elaborado a partir de las propias notas vitales tomadas por parte del homenajeado, y que llevó por título “el arte de volar”. A partir de esta obra gráfica excepcional y más que recomendable, he pretendido reflexionar conformando un artículo que lleva por título una mezcla de las aportaciones de Galeano y Altarriba, y que no es otro que “el arte de caminar”.
El libro me ha servido de base para reflexionar un poco sobre el periodo, la temática, y también sobre el final de la vida, en definitiva, sobre aspectos que se han ido desgajando de cada uno de los cuatro capítulos que la obra contempla.
El periodo abarca desde principios del siglo XX hasta el año 2001, ya en el siglo XXI, y podemos decir, que a lo largo de este largo periplo vital, Antonio Altarriba, relata su vida en Peñaflor, en Zaragoza, su adscripción forzada a la vida rural, los sueños que compartía con algunos amigos, como Basilio y que chocaban con la dura realidad del campo, los primeros amores y los primeros sinsabores, el maestro que enseña gratis para formar a un pueblo ciego de incultura, y el cacique local, al que todos miran con desdén, y que desprecian por tener todo sin hacer nada. La siguiente fase está dominada por la Guerra Civil, y la lucha libertaria en la Brigada Francia, de la CNT, donde hace un pacto con algunos de sus correligionarios, la famosa alianza de plomo, forjada a partir de una bala. En la guerra y en la derrota, ve como la utopía se aleja cada vez más, con cada pequeña traición, con cada pequeña mentira. Después vino el exilio en Francia, los campos de concentración y la Resistencia contra los nazis. Cuando el tirano mundial se encaminaba hacia el final, los resistentes españoles gritaron aquello de “hoy París y mañana Madrid”, pero la parte española nunca se cumplió. En el extranjero disfrutó de una libertad mucho más amplia que en España, con rasgos culturales y sexuales mucho más abiertos que en el cortijo patrio. El retorno a la vida civil, aún en el extranjero, supuso otra renuncia más, porque las puertas abiertas eran pocas, y pasaban por el contrabando de cemento, es decir hacer negocio a costa de los más pobres, de nuevo volar era complicado. Sus alas eran todavía poderosas y por ello decidió regresar a Zaragoza, asumir definitivamente que habían sido derrotados, y que España era gobernada con mano de hierro y voz de pito por Franco. Se dedicó al negocio de las galletas, dejando el contrabando de lado y adentrándose en el más nacional estraperlo, otra renuncia más, que incluso le puso en el lado de los que traicionan, ya saben, de todo hay que hacer en esta vida. Al poco tiempo el tren del amor pasó otra vez y lo aprovechó, hasta el punto de ser feliz con su mujer y su hijo, al menos durante los primeros años. Como todos los finales, el final de Antonio Altarriba fue cruel, por diversos motivos, entre ellos la depresión, la separación de su mujer, las batallas no libradas, y por último el último vuelo hacia la eternidad.
Por su parte, la temática gira en torno a la libertad, o al menos, la búsqueda insaciable de la misma, aunque, quizás, lo único que buscó Antonio Altarriba y otros muchos, fue la felicidad, la tranquilidad, el poder vivir dignamente sin tener que estar deslomados para no dejar de ser pobres y míseros de solemnidad. La libertad en su máxima expresión es la mayor de las utopías, porque depende en buena medida de la bondad del ser humano, y en esas lides hay mucho que decir. Sin embargo, esa búsqueda de la libertad, aunque no sea en el sentido maximalista del término, es fundamental para que la sociedad avance. No se trata de llevar a cabo una revolución libertaria sin sentido y con demasiada sangre, pero si es necesario ese espíritu de lucha, de enfrentamiento a los poderosos, de rebeldía frente a lo establecido. Es decir, no alcanzaremos nunca el horizonte, pero si tenemos que avanzar en su dirección todo lo que podamos. No puedo negar que este libro me ha recordado al bueno de Antonio Robles, un personaje singular que siempre estuvo buscando esa utopía y que representa muy bien la idea que aquí pretendo referir. Militante histórico de la CNT, con una cultura encomiable, con el que pude compartir algunos momentos, y que, tristemente ya es libre en su máxima expresión.
Por último, y dada mi propia experiencia vital, el libro me ha removido al tratar el asunto de las residencias de ancianos, lugares cada vez más necesarios y que nos ponen ante el reflejo de nuestra propia realidad y miseria, es decir, tarde o temprano nos vamos a ir de aquí, y ese tránsito lo vamos a hacer solos, en ocasiones en condiciones muy difíciles y tristes. Hay que prepararse para ese viaje, el último, porque al final todos saldremos de aquí, de una forma u otra, todos intentaremos volar.
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