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lunes, 13 de mayo de 2024

El Rabí.

Buenas tardes amigos, la musa va y viene, y desde hace unos días tenía en la cabeza un esbozo sobre la figura de Jesús. Me he atrevido a escribir tres pequeños fragmentos de la vida del maestro, del Rabí, como le llamaban algunos de sus contemporáneos. Por ello he tratado de, siguiendo una línea cronológica, exponer en primer lugar el episodio en el que un Jesús de doce años se pierde en Jerusalén y es encontrado por sus padres al cabo de varios días en el templo, debatiendo y asombrando a los rabinos. 

En segundo lugar he tratado de representar el episodio de las tentaciones, cuando Satanás, después de cuarenta días en el desierto le pide que utilice sus poderes divinos para conseguir ciertas y mundanas ventajas, muy alejadas por otra parte de los deseos del hijo del hombre. 

Por último, he tratado de reflejar ese instante fugaz en el que un moribundo Jesús, perdona a Dimas, al tiempo que observa desde la cruz a los que allí contemplan tan patético espectáculo. 


Durante horas había debatido con aquel muchacho de temas que no se planteaban ni en las más serias reuniones del Sanedrín. No tendría más de doce años y hablaba del hacedor con una naturalidad muy cercana al pecado. Conocía los mandamientos, los entresijos de la Torá e incluso cuestionaba la naturaleza única del creador. El sacerdote volvió de sus atribulados pensamientos cuando una pareja se adentró en el templo y llamó al chico a su presencia, Yeshua le pareció entender que le llamaban. Instantes después el chaval se alejaba hacia la entrada del recinto, al tiempo que les decía, a los recién llegados, que no entendía su preocupación puesto que había estado todo el tiempo en la casa de su padre. Aquel joven daría que hablar, aunque no presumía para él un final feliz.


Desde aquella cima se veía un horizonte profundo, repleto de llanuras, ríos y naturaleza de todo tipo, y también se observaban varias ciudades con su atalayas y murallas. Todo aquello sería suyo decía aquel extraño y al tiempo seductor desconocido. Le había abordado hacía rato y le venía haciendo raras solicitudes. Primero le pidió que hiciera magia con las piedras, después que se arrojase desde la torre más alta de la ciudad, y ahora le pedía un imposible, que se arrodillase ante él para conseguir ser el rey de todo lo que su vista alcanzase. No entendía que su reino no es de este mundo. ¡Atrás Satanás! - grito, al tiempo que apartaba al maligno de un empujón.


Las nubes se estaban cerrando y el soleado día se oscurecía. Miró a la multitud que se apelotonaba a sus pies, había mucha gente pero pudo distinguir a su madre, acompañada de María, y al fondo pudo discernir al joven Juan, el pobre lloraba desconsolado. Con el ojo casi cegado todavía pudo entrever al viejo sacerdote del Sanedrín, parecía nervioso y preocupado, a pesar de haberse salido con la suya. El chico joven que tenía a su derecha discutía con el hombre de la izquierda, no había escuchado todo, pero en el último momento supo entender que el corazón de aquel desventurado era puro. Se volvió hacia él y le comento que aquella noche cenarían los dos en la mesa de su padre.

Pues nada, parece que no ha quedado mal del todo, porque deben ustedes saber que,  escribir sobre un personaje que sirve de referente para el resto de los acontecimientos históricos, por aquello que todo es antes o después de Cristo, da mucho vértigo. Buena tarde.

 


4 comentarios:

  1. Me ha gustado amigo!! Tienes una capacidad literaria envidiable... Uno de mis pasajes favoritos es el de los peregrinos de Emaús... Te animarás a escribir una novela de tema histórico sobre el cristianismo primitivo??, sería muy interesante!!

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  2. Gracias Manute, complicado, tú que me quieres bien.

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