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miércoles, 31 de agosto de 2022

Belitres en el buffet.

Si alguien quiere conocer lo más bajo de la condición humana no hace falta que acuda a Kabul, bajo el yugo talibán, que visite los burdeles de Manila o que viaje a Bangkok en busca de los antros preferidos por los más atroces pedófilos del momento. Uno puede encontrar los bajos instintos en lugares mucho más cercanos, casi, a la vuelta de la esquina. A pesar de los graves asuntos mencionados más arriba, este artículo no pretende tratar nada profundo, simplemente hacer agravio de una serie de actitudes y comportamientos observados en un viaje de tres días, a un lugar cualquiera de la costa española. 
En estos escasos días, hemos respirado el aire de la costa, cargado de olor a mar, nos hemos repanchingado en la arena, y hemos bebido y comido como mandan los cánones. Podemos decir, que hemos rematado las vacaciones de una forma ideal. Sin embargo, el motivo del artículo es reflejar el comportamiento visto en un lugar, aparentemente, tranquilo, pero que se da a todo tipo de bajas pasiones humanas, me refiero al buffet del hotel.  
El lugar es parecido a las llanuras del Serengeti, con todo tipo de depredadores, incluídas diversas variedades de carroñeros. Entre los depredadores encontramos aquellos que, imbuidos por un frenesí  incontrolable, van de un lugar a otro de la sala llenando platos con una ingente cantidad de comida, de todo tipo, cuyo consumo supera con creces las necesidades nutritivas no sólo de ellos mismos, sino también  la de veinte mineros galeses en edad de merecer . Este tipo de cazadores aplican la conocida máxima que dice "la ley del pobre reventar antes que sobre", y la llevan a límites rayanos en lo grotesco. En uno de los casos estudiados, un caballero, diestro en las labores de caza, acumulaba cuatro plátanos, que perfectamente ordenados, esperaban en la mesa a ser deglutidos, una vez el señor acabase con la ensalada, las pizzas, y el cocido. Otro ejemplo, de esta modalidad, lo encontramos en una señora que descargó varias paladas de arroz en un plato, con una fuerza y habilidad propia del más experimentado alarife que participe en un concurso de albañilería.
En esta sabana improvisada encontramos también a otros especímenes no tan espectaculares pero igualmente reseñables. Así, cuando uno intenta llevarse a la boca las pocas piezas que los predadores de la categoría anterior han dejado, se encuentra con unos ojos que lo observan con detenimiento, de forma directa, y sin ningún tipo de disimulo. Este tipo de rapaz de dos patas es muy común y la podemos encontrar en todo tipo de hábitats, desde la piscina hasta el cine, o la más clásica urraca de Iglesia que, en peligro de extinción, fue antaño muy pródiga. En su máxima expresión de mal gusto, este tipo de mirón o mirona, comenta las jugadas que observa con su pareja sin ningún tipo de complejo, pensando que es invisible al sujeto o sujetos observados. 
En el ámbito de carroñeros no podemos dejar de mencionar a los que, pensando que la Guerra de Ucrania o la visita de Nancy Pelosi a Taiwán, van a traer un periodo prolongado de carencias a nivel global, y por ello, deciden hacer acopio de víveres en bolsos de mano, maletillas o cualquier utensilio que permita ocultar cinco bollos de pan, cuatro manzanas, seis yogures, o ese helado de vainilla y café que quizás, no coman nunca, pero que como el buffet está pagado, hay que arrasar y llenarse los bolsillos de material y mal gusto. En esta categoría podemos incluso observar, sin dar crédito, como algunos padres, con aspecto de educados hombres de derechas, incitan a sus hijos a "tomar prestado" algunos de estos artículos comestibles. 
Hemos analizado aquí, tres modalidades de comportamiento rastrero propio del ser humano, y que conforman solo pequeñas migajas de lo bajo que podemos caer con ayuda de las circunstancias y la oportunidad. Cuando uno observa estas realidades no puede dejar de pensar en todo lo que subyace de las mismas, es decir, como en otras condiciones el ser humano sería capaz de verdaderas barbaridades, al menos, es el regusto amargo que nos deja este observar lo exótico cercano, o mejor, la sabana cotidiana. 


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