Vistas de página en total

viernes, 13 de mayo de 2016

Cuanta razón viejo


Ahora, tras diez años de ausencia valoro cada minuto que pasé a tu lado, aprendiendo, compartiendo, en definitiva construyendo la persona que soy hoy. Siempre fuiste un caballero, elegante, poco amigo de artificios, humilde y directo como nadie, me enseñaste a ser como soy, me miro en el espejo y veo en cierta medida tu mirada, las canas me hacen hijo tuyo de forma especial, eran quizás tu rasgo de identidad, ahora el mío. Hoy también soy padre yo, y comienzo a comprender lo grande que fuiste en esta labor, lo importante que fueron tus palabras, tus consejos, tu ejemplo, la gran pérdida de mi vida.
Este artículo, que ahora comienzo, pretende ser un homenaje a la figura de mi padre, para mí un gran hombre, humano y con errores, pero inconmensurable como guía, como ejemplo, como referencia. Recuerdo como si fuera ayer aquel día en que me dijiste que habías pretendido ser un buen padre, que lo habías hecho lo mejor posible, puesto que no habías tenido la experiencia propia de tener padre. Hoy en alta voz puedo decir que fuiste el mejor, un gran padre, el hecho de no haber tenido progenitor no influyó en nada, además creo que el vínculo padre e hijo es tan natural y fuerte que no necesita de experiencias previas, lo llevamos dentro.
Mi padre nació en noviembre de 1936, mal año para España, y su padre, mi abuelo, fue detenido por ideas políticas, antes del nacimiento del niño, sería fusilado en septiembre de 1938, después de dos años de cárcel y vejaciones, como tantos otros. ¡Malditas guerras!.

Fue un niño bien criado y atendido, mi abuela Concepción tenía un taller de costura y en cierta medida pudo costear la educación de su hijo, incluso enviarle a la universidad, en principio a la capital, Madrid, donde inició estudios de Filosofía, y después de forma definitiva a Badajoz, donde estudiaría Magisterio. La buena vida que había llevado hasta el momento se truncó con la muerte de mi abuela, dando un giro por completo a  la vida de mi padre, que se encontraría sólo y teniendo que encauzar su futuro. Tras el servicio militar, dieciocho meses en Cádiz, marcho al exilio, a Holanda, primero y después a Alemania, donde conocería a mi madre y se casaría.

Todas estas vivencias forjaron la figura de mi padre, socialista convencido, progresista, hijo de rojo como le llamaron alguna vez, eso sí, en bajito, no solía bajar la cabeza. Esas ideas enculturadas forman hoy parte de mí mismo, también socialista por convicción, eso sí, sin partido político que nos represente, puesto que ampararse en las siglas no es suficiente, no hay programas socialistas, ni políticas socialistas, hoy día la elegante Europa es neoliberal hasta las trancas, sin cabida casi para la gente del pueblo llano. Recuerdo que me decías de niño “por la boca muere el pez”, en mi inocencia no entendía que quería decir, hoy ya lo entiendo, y comprendo la intención de tus palabras, hay que ser cautos, contener la lengua, y a pesar de ser viscerales, en muchas ocasiones, mejor ser fríos, algo que jamás lograste hacer, soltabas lo que el corazón te decía, y a veces, a quién no le iba a gustar el mensaje.
Nunca supiste mirar por tú propio interés, siempre hablabas por los demás y se te olvidaba hablar por ti, en la política y en la vida, el exceso de sentimentalismo, al margen del sentido ñoño del término, no conduce a ningún tipo de lujos, todo lo contrario, atrae a los advenedizos y a los interesados.
Recuerdo que en mi época de pavo absoluto, cuando las greñas ocupaban más de la mitad de mi espalda, y que jamás te gustaron un ápice, puesto que los considerabas de “gentecilla”, me dijiste “ a mi esos pelos no me gustan nada, ahora, como alguien me diga algo de ellos, no dudes que le pongo en su sitio de inmediato”, y estoy convencido que alguna vez, lo tuviste que hacer, con algún representante de la “aristocracia aneuronal villanovense”.
Todos tus consejos fueron buenos para mí, todas tus enseñanzas válidas, tú ejemplo el adecuado, y si, tengo que reconocer que todos los días desde aquel 21 de octubre de 2005, me acuerdo de ti, recuerdo tu voz, y al mirar la foto que mamá tiene en el salón, con el porte serio, como te gustaba posar, puedo ver tu sonrisa, es mi imaginación, pero se que me sonríes. Te hecho de menos papá, y quizás pueda ser con los que vienen detrás igual que lo fuiste tú conmigo y con mi hermano.
Ahora a mis 37 años, y con  más de una década de ausencia, entiendo lo importante que has sido y serás para mí, si, ahora ese “paso corto, vista larga y mala leche” me permiten afirmar con rotundidad, este “cuanta razón tienes viejo”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario