He disfrutado hasta la última viñeta de esta historia que relata las andanzas de Nivek, un chico congoleño, desde las minas de Coltán en su país de origen, hasta la llegada por azar a España, pasando por la selva, la sabana, el desierto y los guetos de Misrata en Libia. Esta obra que lleva por título un llamativo “el cielo en la cabeza” ha sido Gran Premio de la crítica Francesa en el pasado año 2024.
Aviso, desde aquí, que aunque no es mi pretensión principal, todo aquel que quiera leer la novela gráfica, abandone la lectura, para evitar los temidos “spoilers”.
Digo que no es mi pretensión hacer una reseña de la obra mencionada, aunque inevitablemente disecciones alguna de sus partes, sino la totalidad de la misma. En primer lugar, decir que huyó de la banalidad propia del que analiza estás duras realidades desde la comodidad de su sillón y con la barriga llena, no pretendo ser un arribista bien quedado, sólo busco remover un poco las conciencias, empezando por la mía propia.
Cuando acabé de leer la obra escrita por Antonio Altarriba, un grande en esto de las novelas gráficas, me vino a la cabeza una imagen que vivo casi todos los veranos. Me refiero a los días de asueto en la playa, en la que después de pasar el día tumbado al sol, con la cervecita en la mano, y con un baño recurrente de vez en cuando, se finaliza la jornada dando un paseíto por el paseo marítimo y comprando en el denominado “top manta”. Esa imagen, que tenemos todos en nuestra retina, enlazó con la historia que acabo de leer, y es que, Nivek, cuando llegó a España, acabó vendiendo en unos de esos puestos ilegales de camisetas, gafas, bolsos, etc, que controlan las mafias de la inmigración. No he dejado de pensar ambas realidades desde hace un par de días, puesto que, mientras el hombre blanco acomodado finaliza su día de playa intentando engañar al negrito que vende en su manta, a través de esa práctica que detesto, y que se denomina regateo, detrás de ese hombre o mujer de color, hay generalmente una o mil tragedias silenciadas, calladas, obviadas, porque dichas desgracias evidencian las lacras más absolutas de nuestra elegante sociedad civilizada. Mientras uno regatea la camiseta de Joaquín del Betis, y trata de que la misma te salga casi gratis, ese hombre es un superviviente que ha atravesado selvas y desiertos, ha perdido, seguramente a familiares y amigos, y ha dejado buena parte de su alma en la travesía. Pero, oye, lo bien que he regateado, y he engañado al negrito dándole la mitad de lo que me pedía. Qué tristeza y qué vacuidad más grande. No ignoro aquí que todos nos movemos por modas, y hacemos lo que hace el resto, porque como íbamos a conseguir nosotros que las cosas cambien, es imposible. Esa forma de pensar es a la que se refería el añorado Julio Anguita como la mentalidad del esclavo, y es cierto, que se necesita un cambio global, pero los pequeños gestos ayudan, y si vas a comprar en el top manta, al menos, no seas un miserable que juega con la dura realidad del que te vende algo obligado por una mafia de la que es difícil escapar. Ojo, no entro aquí en el tema de la inmigración, las mafias y el derecho de los comercios que pagan impuestos y que ven cómo su actividad es agredida por una competencia ilegal, masiva y que reduce sus ganancias en una cuantía muy significativa, pero, ya sabemos, el hambre, el miedo y la miseria, empujan a realizar cualquier actividad, y todos haríamos lo mismo que estos hombres y mujeres venidos de África.
Ahora sí, algunos momentos reseñables de la novela gráfica, para mí gusto, radican en el comienzo, en el que se nos presenta a Nivek y a su amigo Joseph, dos niños congoleños que trabajan en una mina de Coltán y que por distintos motivos acaban convirtiendo a Nivek en un Kadogo, es decir, en un “niño soldado” al servicio de una milicia que pretende controlar las minas de Coltán, mientras que por su parte, Joseph, mucho más pacífico y tranquilo, acaba siendo el cocinero de los guerrilleros. En esta primera parte, el punto álgido y terrible, es el momento en el que Nivek, como prueba definitiva para ser Kadogo, drogado y con la “rage”, la rabia, es obligado a matar a su familia. Lo hace, es un libro muy duro, y además, se come los pechos de su madre, cortados a tal efecto, para que su verdadera familia, su verdadera mamá, sea únicamente la milicia. Este hecho es terrible, quizás, el más duro que he leído en una novela gráfica, al menos que yo recuerde. Lógicamente, Nivek, jamás superará estos hechos en su vida.
Entrañable serán los momentos que vivirá al lado del Gran Delwa, el hechicero más poderoso al oeste del lago Chad, atravesando las sábanas africanas, aprendiendo el oficio de sanador, e intentando curar al gran rey Zafoa III. En dicha corte conocerá los empeños miserables por matar al rey por parte de algunos de sus hijos, y vivirá todo tipo de aventuras con su gran maestro, que además lo intentará convertir en su sucesor como gran hechicero. Empeño que resultará a la postre en vano, dado que Nivek siempre será un guerrero.
Tras cruzar la sábana buscará atravesar el gran desierto en dirección a Libia, teniendo por objetivo llegar a Europa. El desierto se mostrará implacable, y tras muchos días solo, sin provisiones, ni agua, se abandona a su suerte esperando la muerte, pero en un último empeño por sobrevivir, sus señales son vistas por una caravana que atraviesa el desierto. Allí, una chica, Aisha, le salvará, compartiendo su agua y su escasa comida. En este oscuro panorama, la novela, nos muestra un poco de esperanza, dado que en todos los capítulos hay monstruos y también ángeles.
El último capítulo nos muestra a Nivek en España, en el top manta, huyendo de la policía y enfrentándose a ella, con un final triste, y como el resto de la obra, bastante crudo. Sin embargo, esta parte se la dejo a ustedes, no quiero desvelar el final.
En el empeño de remover conciencias sólo resta decir, que cuando acudamos a esos mercadillos, copados por hombres y mujeres víctimas de la explotación de mafias, y procedentes de mil y un lugares, pensar que detrás de sus camisetas, sus gorras, y su aparente indiferencia, se encuentran gente como Nivek, o Joseph, que sufrieron en minas de Coltán, que fueron Kadogos obligados a matar a sus propias familias, que perdieron a amigos en el trayecto, que fueron violados y visitaron al médico “coseculos”, o que no fueron capaces de rescatar a su mujer e hijos de las aguas tras el hundimiento de la patera que los llevaba a nuestras costas. Todos aquellos paletos, incultos, que se creen más por haber nacido en Europa, no deben olvidar que simplemente nacemos en donde quieren nuestros padres, no hay mérito alguno en ello. Dicho queda, buena tarde, amigos.
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