Este artículo que he titulado “una noche de verano” bien pudiera haberse llamado “otra noche de verano” puesto que ya son varios los años en los que la visita al festival de teatro clásico de Mérida es obligada. Hace tan sólo unas horas que bajó el telón en el inigualable teatro emeritense, y tan sólo, un poco después del anochecer volverá a salir a escena Lluís Homar, encarnado en Adriano, el Adriano de Marguerite Yourcenar, obra clásica y reverenciada. No puedo dejar de manifestar aquí que todas estas noches de verano, en el teatro, son mágicas, uno se siente transportado muy lejos de nuestra realidad actual, y, en cierta medida, las piedras milenarias te absorben y empapan de historia y cultura.
Entienda el lector que quién suscribe estás líneas no es entendido en la materia, la verdad, que no soy versado en ninguna materia, pero sí hombre de letras, amigo del saber, y bastante curioso. Esas son mis armas para hablar de lo que viví ayer en la capital extremeña. Deténgase aquí quién no quiera saber más.
El espectáculo en sí mismo es un prolongado monólogo que el actor comparte con el público en una versión contemporánea de la historia clásica, en la podemos ver a Adriano, rodeado de un conjunto de cuatro actores, tres chicos y una chica, que representan distintos roles en la actualidad del personaje,es decir en el tiempo el presente, y personifican a otros protagonistas en la vida del emperador en sus recuerdos.
La actuación de Lluís Homar, es espectacular, no vi ninguna duda, ningún pequeño error en la larga disertación, en una palabra podemos afirmar que estuvo sublime. En cuanto a los recuerdos que conforman la “memoria” de Adriano, podemos distinguir cronológicamente distintas etapas. Así sabemos que Adriano es el segundo emperador de Roma, “la ciudad Eterna”, que además fue denominada así por primera vez por este gran hombre, no nacido en la capital, sino que tiene una procedencia provinciana, en este caso es oriundo de Itálica, en Hispania, al igual que Trajano, primer emperador foráneo de Roma, y también de origen hispánico. La figura de Trajano es vivida en los recuerdos de Adriano, en cierta forma, no es exagerado decir, que el primero siempre ejerció una sombra demasiado alargada sobre el segundo. La hombría, la caza, la valentía, y la formación castrense forman parte de esos primeros años de vida. A lo largo de toda la obra hay siempre una admiración por la astrología, tomada de su abuelo Manuelino, y que es una constante en la obra, incluso en el triste final de Antinoo, su joven amante, del que luego hablaremos. El amor a los caballos, muy propio del hombre de acción, que necesita un acompañante fiel, y que no dude, también nos permite hacernos una idea de quién es el personaje que tan magistralmente nos habla.
Más adelante, podemos conocer, por boca del emperador, su llegada a Roma, sus primeros escarceos en la capital del vasto imperio. Desde el primer momento y amando a Roma, siempre se consideró un tanto apartado en aquel hervidero de poder y corrupción. Cuando comienza el “cursus honorum” sus rivales lo tachan de filo helénico, como ya sucediera anteriormente con los “escipiones”, hasta el punto de ser apodado como “el estudiante griego”. El propio Adriano llega a afirmar que “rigió el Imperio con el latín, pero que pensó y sintió su vida en griego”, qué frase más bonita. Su formación fue griega también, y su estancia en Atenas, fundamental en su pensamiento, pero quiso volver a Roma, y estar cerca del poder.
La muerte de Domiciano abría una nueva fase en la historia del Imperio, y tras la desaparición del tirano, un anciano Nerva asumió el poder de forma transitoria, buscando un retorno a la normalidad legal, al tiempo que Trajano se convertía en heredero al trono imperial. En aquel periodo Adriano tuvo que hacer carrera militar, y lo hizo en Macedonia, en Siria, en Dacia, en distintos lugares, algunos muy cerca de las llanuras asiáticas, las cuales estaban altamente impregnadas de aires nuevos, culturas ancestrales, y atractivas religiones, como el culto a Mitra, del que se hizo un fiel seguidor. Fue el primero en acudir a dar la noticia que convertía a Trajano en nuevo emperador. Esta premura le dio fuerza ante el nuevo hombre fuerte de Roma, pero esta cercanía tenía también una peligrosa contrapartida.
En el Senado, sus rivales, se convirtieron en enemigos, los principales Nigrino, Palma, Celso y Quieto, quienes abanderaron un discurso belicista contrario al sentido común, pero muy del gusto de Trajano, que los situó cerca del trono. Aquel momento fue duro, y los largos años de servicio, parecía que no iban a servir de nada, porque el emperador, su primo, le daba la espalda. Sin embargo, Plotina, la emperatriz se puso de su parte, y un pequeño hilo de esperanza hacia el trono imperial se hizo realidad.
La muerte de Trajano fue silenciada a todos menos a Adriano, quien, antes que el resto, pudo reaccionar, y hacer valer un documento firmado por parte de Trajano en la que le convertía en el nuevo emperador de Roma. Al parecer el texto lo había escrito la propia Plotina, pero eso nunca lo sabremos de verdad. El destino de sus enemigos fue ejecutado en pocas horas, y tras su llegada a Roma, se inició el Principado de Adriano, basado en la “Humanitas, Felicitas y Libertas”. En este punto creo que es necesario referir una frase utilizada por Marguerite Yourcenar, pero que proviene de Flaubert, en la que se dice “cuando ya no estaban los dioses y Cristo aún no estaba, hubo, desde Cicerón a Marco Aurelio, un momento único en el que sólo estuvo el hombre”, y que, como se puede comprobar, forma parte de esa Humanidad, Felicidad y Libertad, que guiaron el reinado de Adriano.
Un último aspecto de la obra, que es principal, hace alusión a la vida íntima del emperador, y que gira en torno a sus jóvenes amantes. Es de sobra conocido que los romanos vivían, al menos quien podía, una vida bastante disoluta, en relación a nuestros parámetros contemporáneos, imbuidos de cierta mojigatería católica de origen medieval, en lo relativo a las relaciones sexuales. Los patricios romanos eran promiscuos, practicaban orgias y un sexo que hoy día sería propio del porno. Las relaciones eran más abiertas, y ello incluía la bisexualidad, la homosexualidad y la relación con hombres y mujeres, que no lo eran del todo, es decir que eran todavía niños o niñas. Adriano tuvo varios amantes, el más conocido, Antinoo, un joven que compartió varios años con el emperador, y que tuvo un triste final. Aunque promiscuos, algunos conocieron el amor verdadero, más allá de la relación sexual, es el caso del mencionado Antinoo, que no supo compartir la compañía de Adriano con otros jóvenes, como Lucio, y que decidió ahogarse en el lodo del Nilo. Aquel acontecimiento fue el punto de inflexión en el reinado y en la vida del emperador hispano, puesto que nunca pudo superar aquel duro golpe. Él que se había sentido Dios, acabó destrozado por la muerte de un joven, que era demasiado recatado para el gusto de la época. De nuevo las estrellas, porque en el firmamento, tras el suicidio de Antinoo, hubo una estrella que latía como un corazón, y que lleva desde entonces el nombre de aquel desdichado enamorado.
Más de dos horas de monólogo, que se pasan en un abrir y cerrar de ojos, y que te dejan un regusto muy placentero en el paladar cultural, al menos en el mío, a otros, motivados más por la foto en redes, que por el disfrute meramente intelectual, quizás, se les hizo un poco largo. Como no puede ser de otra forma, recomiendo la lectura de la obra, y la representación de la misma, porque tal y como sentenció Adriano “todo está por hacer”. Buen día.