Después de un mes sin escribir
vuelvo a la carga para hablar en esta ocasión del deleznable mundo de los pisos
de alquiler y los no menos repugnantes arrendadores de dichas joyas. Como en
casi todo, dentro de este mundillo nos encontramos con arrendadores honestos,
honrados, y bellísimas personas, y por ende arrendatarios sucios, dejados,
cuando no, autenticas bestias de pocilga. Sin embargo, el empeño de este escrito
es hablar de aquellos que abusan y se aprovechan de los que sí queremos hacer
las cosas bien, por ello no es todo como aquí se cuenta, también hay bueno,
pero interesa denunciar lo malo, lo deshonesto, lo ruin.
Todos aquellos que hayan
estudiado entre mediados de los noventa en adelante, o incluso antes, en
ciudades como Cáceres, Mérida y Badajoz, se habrán topado con absolutos
agujeros ofrecidos como palacios persas y cobrados a precio de oro. En este
tipo de pisitos se podían encontrar toda una gama de lavadoras viejas, muebles
de cuarta o quinta generación, platos rallados, sofás desgastados con una funda
encima para disimular los años de oficio, frigoríficos de la Segunda Guerra
Mundial, cuanto menos, televisiones en
blanco y negro y sin mando a distancia, incluso en una ocasión encontré un piso
en el que ni siquiera había televisión, el dueño alegaba que habíamos ido a
Cáceres a estudiar, ¡qué era eso de querer ver la tele! No había otra opción,
ninguno de los que coincidimos por aquellos lares, en el periodo noventero que
menciono, éramos hijos de millonarios, y la forma de poder estudiar era
compartir un piso con dos o tres amigos, en algunos casos, hasta más. De esta necesidad
algunos hicieron virtud, y le echaron morro, directamente se aprovecharon de la
situación, y pisos normales y corrientes, en una ciudad, capital de provincia,
en Extremadura, la región más pobre de España, y de las más pobres de Europa,
empezaron a costar un dinero de la época, sin que este alto precio comportase
una ecuanimidad en el nivel de la vivienda que ya digo, eran pisos normales, en
barrios normales, y pagados como un “Chateau” de la Bretaña francesa. Antes que
se me pase con el fervor del momento, todos los pisos disponían de su
respectivo contrato de alquiler, que además era el mismo en todos los sitios, y
que casi ninguno de los dueños tributó un duro a la Hacienda Pública. De los
años de la universidad, que sí, fueron años buenos, locos, de mucha juerga y
también de mucho estudiar, a nadie le regalan nada, los pisos en los que nos
alojamos forman parte del recuerdo vital de ese periodo. También aquí, no puedo
dejar de poner, que en muchos pisos se corrieron autenticas juergas, enormes
borracheras, pero creo que eso de que los estudiantes devastan los pisos es un
poco “leyenda urbana” en el sentido de que pasárselo bien no supone destrozar
nada. Sí, se bebía, se jugaba a las cartas y cualquier día era bueno para quedar
con los amigos, pero eso no destruye muebles, ni derriba paredes, ni nada por el
estilo, mucho cuento se ha echado sobre el asunto. Con esto quiero decir que la
mayoría de los estudiantes hacíamos una vida normal, y al entregar los pisos no
solía existir queja alguna. A colación de lo anterior siempre que buscaba piso
había un tipo de anuncio que me indignaba bastante, aquel que decía ¡abstenerse
chicos! es decir, que los hombres teníamos peor fama que las mujeres, fama de
guarros, que fácil es generalizar, cuando lo suyo es hablar de personas
individuales, no amplificar tanto e incluir a todo el mundo en un sitio por una
cuestión de género.
Transcurridos los años, después
de la universidad, y de muchas oposiciones encima, trabajando, y recorriendo
Extremadura, por aquello de no ser funcionario de carrera, uno se ha encontrado
de todo. Uno de los años en los que tuve que agarrarme a una media jornada para
trabajar, que ya era la segunda consecutiva, al tiempo que incrementaba mi
nivel de estudios, disminuían mis opciones laborales, tremenda paradoja esta, acabé
viviendo en un piso, que había sido una vivienda social, imagino que comprada,
si no sería un delito fragrante, donde adquirí una habitación por 150 euros. La cosas no
habían cambiado mucho desde los noventa, el piso tenía una colección de muebles
y sillones directamente recogidos de la basura, pero lo que más me impactó es
que la gente alquilaba esas habitaciones, el montaje de la crisis económica
global, invento del capital, triunfaba por aquel entonces, así conviví con
varias personas ese año, y todos pagaban su cuota, por lo que sin comerlo ni
beberlo el arrendador se metía 450 euros al mes, por medio de lo que había sido
una vivienda social. Un momento impactante en ese piso fue el día que me vi
obligado a alquilar la habitación, después de enseñarme el piso, el dueño me
enseño un bote de Cucal, y me dijo, ya sabes si salen les echas esto y listos.
Me quedé de piedra, costo dios y ayuda acabar con las cucarachas.
Ahora el denigrante mundo del
alquiler se mueve por Internet, dónde encontramos los mismos granujas
camuflados en la Red, así uno de los últimos episodios que he vivido con los
caseros ha sido a raíz de un anuncio por Internet. En el citado anuncio se
mostraba un piso que tenía una pinta interesante, y se anunciaba por 350 euros,
lo que es asequible, sin embargo cuando hablo con el dueño del mismo, me
informa que 350 euros es si el piso es sólo para mí, si viene mi familia la
cosa asciende a 420 euros, por arte de magia, se puede ser más cara dura, mas
ruin, espero que no alquile el piso nunca, que trabaje de forma honrada, tío
ladrón. Otro clásico es anunciar el piso en un barrio y si está en el barrio,
pero a medio centímetro de otro bastante
más alejado, o hacer fotos muy cucas y preparaditas, y luego ver que desde la
misma habitación han tirado tres fotos para que parezca más grande, o salir un
fin de semana fuera y encontrar que el casero ha entrado en el piso sin
permiso, y encima se ha dejado las llaves dentro, que gentuza chacho.
En fin señores arrendadores no
sean tan buitres, cobren a razón de lo que ofrecen, no den lo que no les gustaría
que a ustedes les diesen, sean un
poquito humanos, y así todos podremos convivir un poquito mejor, al menos con
dignidad. Para aquellos arrendatarios abusones y destroza pisos, les deseo que
no consigan alojamiento jamás, a Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es
del Cesar, pero ya he dicho que aquí referiría preferentemente el caso de
aquellos se aprovechan de los que lo queremos hacer bien, los malos
arrendatarios tampoco tienen perdón.