"Españoles son aquellos...que no pueden ser otra cosa", lapidaria frase que pronunciase Cánovas del Castillo cuando se planteaba la redacción del primer artículo de la Constitución de 1876, aquella que amparase el turnismo político y también el caciquismo, prácticas que por otra parte, siguen vigentes a día de hoy. Es cierto que somos incorregibles, como pueblo y como país, que son dos cosas distintas, dado que no aprendemos de los errores del pasado e incidimos en los mismos males que ya en el siglo XVI quisieron solventar los "arbitristas" y el en el XIX los "regeneracionistas". Estos problemas no son otros que un nivel cultural bochornoso, una clase política arribista y endogámica, una falta de compromiso y de objetivos compartidos, aderezado todo ello, con un alto grado de desconocimiento de lo que ha sido nuestro pasado y del que en buena medida depende nuestro pobre presente.
Un error común, a mi entender, es considerar España como un territorio unificado por distintos elementos integradores tales como la lengua, o la religión, puesto que siempre han convivido tanto idiomas como credos, en mayor o menor grado de animadversión. A nivel territorial, la España que algunos quieren ver ha sido tan sólo una quimera, puesto que es cierto que las Españas fueron imperio antes que país, y así lo entendieron sus monarcas, desde los Reyes Católicos hasta Felipe II, e incluso el primer Borbón, mantuvo en esa España, privilegios territoriales a los que apoyaron su candidatura en la terna contra el austriaco, sin que eso supusiera problema alguno. España no se puede romper, siempre ha pervivido con muchas costuras que engrandecen nuestro pasado como muestra de convivencia política, territorial, lingüística o cultural. Sin estos resortes es difícil entender España. Ahora bien, cuidado con malas interpretaciones, así desde el mismo momento en que todos aceptamos un marco de convivencia común que llamamos reino de España, y nos guiamos por un texto constitucional aprobado en 1978, se deben compartir esfuerzos en pro de este contrato, y no tirar cada parte hacia el lado de sus intereses propios obviando ese compromiso común. El nacionalismo está destrozando el "abrazo" del 78, convirtiéndose en negocio para unos pocos y lavado de cerebro para mastuerzos con ínfulas de grandeza y altas dosis de incultura. Aunque he de reconocer, como extremeño que soy, que el invento nacionalista del siglo XIX, ha sido tremendamente rentable para las mal llamadas "comunidades históricas", o periféricas, que se han nutrido y enriquecido al tiempo que territorios como Extremadura han sido ignorados, olvidados, vejados por todos, incluso por los propios extremeños, siempre.
A día de hoy, agosto de 2018, vivimos tiempos inciertos, la Moncloa está dirigida por Pedro Sánchez, que ha llegado a la misma por la primera moción de censura que ha triunfado en toda la historia de la no muy longeva democracia española. Tras los gobiernos de Felipe González y José Luís Rodríguez Zapatero, el socialismo español alcanza de nuevo el poder, en este caso por la puerta trasera, con poco apoyo parlamentario y demasiados préstamos que devolver para mantener el sillón presidencial. El presidente "ocupa" como le llaman en algunos mentideros de la capital, preside un gobierno inestable abocado a dar golpes de efecto y hacer malabarismos para no caerse con todo el equipo. Todos aquellos que apoyan al nuevo gobierno, legal, pero sin pasar por las urnas, exigen el pago de sus apoyos, y como siempre, determinados territorios, aquellos con representación en Madrid, serán beneficiados, y por contra, también los de siempre, obviados. Hay que cambiar el sistema electoral que da cabida a partidos nacionalistas cuyo único objetivo es sacar tajada del estado en beneficio propio en detrimento de otros territorios libres de ser "históricos", a pesar de Emerita Augusta, el reino Aftasí, Maltravieso o Cancho Roano.
Parte de este lodazal patrio viene generado por un proceso de Transición que no fue tan idílico como nos han contado, en el que los políticos que participaron en el mismo se movían por los mismos intereses que los actuales, es decir, cuotas de poder e influencia, sillones, y millones, en pro de la democracia, y en la que "el pueblo" fue dejado de lado, como siempre, sabiamente aconsejado por tan insignes personalidades, que alumbraron una Constitución moderna, democrática, pero también con un enorme desequilibrio territorial, y cerrando por la puerta falsa un proceso de conciliación colectiva, que no se ha dado, perviviendo gran parte del cisma del 36, y de los cuarenta años de fractura franquista. Por supuesto que los generales franquistas lo siguieron siendo en 1976, igual de cierto que los comunistas no se hicieron demócratas después del "pelucazo" de Carrillo, o que los socialistas tuvieron que aprender su propia ideología después de cuarenta años de vacaciones, que dijeran sus rivales políticos.
En este panorama, aquellos que en octubre del 75, aclamaban a voz en grito al caudillo en la Plaza de Oriente, se hicieron dos semanas después monárquicos hasta el tuétano, como si aquello de ser republicano fuese de pobres, o de apostatas empeñados en violar monjas y quemar templos. Después de casi cuatro décadas de Monarquía Parlamentaria, los que pensamos en una España republicana, seria, pujante, moderna, y de futuro, nos encontramos con que nuestro principal adalid y apoyo, son los propios reyes, en concreto, el emérito Juan Carlos de Borbón, que dejó de ser el Breve, para montarse en una moto y dilapidar dinero de los españoles, en fiestorros, cacerías y amantes oficiales, al son de Viva la Democracia. ¡Que gazpacho de país!
Mientras nuestros dirigentes se broncean, siempre por y para los españoles, el tema de moda en los medios de comunicación es Cataluña, en un mes, cuando se inaugure el curso político, seguirá siendo Cataluña, si no el País Vasco, y en Extremadura nos manifestaremos por un tren digno en Madrid, el 8 de septiembre día de nuestra región. ¿Conseguiremos algo?, pues pasar el día en la capital y asombrarnos con las maravillas de la técnica, viendo escaleras mecánicas que se mueven solas, y extraños trenes que no se paran y discurren por debajo del suelo, metros los llaman. Fuera de la broma, poco conseguiremos, no tenemos representación en Madrid, no sabemos protestar, y nuestros dirigentes regionales son planos, flojos, blanditos, y yo diría que hasta cortesanos.
No se puede entender un país de progreso con una mitad a 100 revoluciones y otra a 25, tan sólo es concebible si el tinglado que hemos montado necesita para controlar al conjunto el apoyo de las partes privilegiadas, conformando un monstruo que acabará por deglutir al resto. Un ejemplo sirve gráficamente, de Cataluña se marchan miles de empresas, tiene más de seiscientas mil, en Extremadura tenemos unas setenta mil, poco que comentar.
Para finalizar me gustaría hacer una pequeña reflexión hacia aquellos que defienden periodos del pasado sobre la actual y poco justa democracia del presente, que al menos no mata, todos, en nombre de la monarquía, de la nobleza, del terrateniente, del cacique, o de la red clientelar del Ayuntamiento, todos digo, han contribuído al atraso de nuestra región, es hora de agarrar el toro por los cuernos, hemos de formarnos, y gritar muy fuerte para tener cabida en este gazpacho patrio, al menos para ser un ingrediente indispensable en el mismo, o si no, romper todo el recipiente. Que tengan buen día.