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martes, 24 de octubre de 2017

"Apatrullando el acerao"

La tormenta catalana parece no tener fin, y desde hace meses no se habla de otra que de "Puigdemont", del artículo 155 y de la ruptura o no de España. Son tiempos difíciles, de los que no sabemos muy bien como escaparemos. En Extremadura el tiempo se ha detenido, al igual que en otras zonas del país, donde quizás, y en función de los acuerdos bajo cuerda entre el gobierno central y sus socios nacionalistas, volveremos a quedarnos sin oposiciones, y recibiremos cero inversiones de todo tipo. Sin embargo, al menos, se ha convocado una manifestación por un tren digno para Extremadura, que se llevará a cabo el proximo 18 de noviembre en Madrid, y que desde aquí apoyamos de pleno ( sin entrar en polémicas de corte político de las que somos totalmente ajenos). ¡Tren digno ya! y también autovía entre Badajoz y Cáceres, y pago de la Deuda Histórica, y porqué no, electrificación del tendido ferroviario, y subvenciones por mantener Extremadura verde y sin contaminar. Y mil cosas más que dejaremos en el tintero de momento. 
Sin embargo hoy me apetece hablar de un asunto mucho más banal, aunque igual de molesto que alguno de los mencionados más arriba. Hoy quiero tratar sobre los vigilantes de la calle, aquellos que se conjuran contra uno en el momento de buscar un mísero trozo de suelo para depositar el vehículo, o más claro, para aparcar el coche sin perecer en el intento. Como todos ustedes saben, circular por cualquier ciudad más o menos transitada del país, supone un riesgo importante, porque es conocido que subir en un auto transforma a las personas, y el manso se convierte en fiero, el valiente en temerario, y el torpe acaba siendo muy torpe y el listo muy listo, con lo que la cosa se complica, y el nivel de ansiedad se multiplica por diez, un tropezón a pie que se solventa con un "perdón, le he pisado sin querer", en el vehículo equivale a un "me cago en las mil putas que te han parido, so cabrón ahí revientes y te partas los cuernos", por un simple adelantamiento sin poner el intermitente. Pues bien, si la conducción es compleja, el encontrar aparcamiento se torna en un empeño prácticamente imposible, de proporciones dificilmente descriptibles. Cuentan los leídos que cuando uno va a una ciudad grande, donde hay que moverse utilizando distintos medios de transporte, salir a la calle supone comenzar a gastar, y cuidado, en nuestra pequeña ciudad de provincias, pongamos que hablo de Badajoz, el gasto también se está generalizando, y no por los medios de transporte, leanse tranvías, metros o trolebuses, sino que el gasto viene en parte determinado por los vigilantes del acerado, o controladores del asfalto, que se pueden referir de ambas maneras. Así, si tienes la mala suerte de pillar el semáforo en rojo, te asalta una "marabunta" de transeuntes con un cepillo en la mano que te ofecen, en el mejor de los casos, a veces ni eso, sus servicios de rallado elegante de luna delantera, al tiempo que te hacen una explicación gráfica de lo complicado de sus situaciones personales, como si los demás viviésemos en un paraiso terrenal y no tuviésemos ningún tipo de problema, cobrando por arañazo la voluntad, que no baja del eurito por sesión, ecuación esta que  al cabo de los días comienza a requemar por dentro como una babilla acida. Si superas el semáforo y la conducción en la jungla, salvando todo tipo de obstáculos, algunos singulares, como el señor mayor que con garrota en mano te indica a voces que pases, que circules, que el se espera un poco más en medio de  la calle hasta que acabe de generar un accidente, comienza la labor de aproximación al objetivo, el ansiado aparcamiento. Siempre que uno va a aparcar y no encuentra aparcamiento, una de dos, o las dos, o bien te haces pipí, o popó, sino como digo las dos, por lo que el carácter y el nivel de ansiedad van "in crescendo" al tiempo que entre el volante y el asiento se libra una ardua batalla de apretujones de vejiga y ventosidades escapistas que hacen que las ventanillas se bajen hasta solas. Cuando el sudor copa el rostro y la esperanza se esfuma entre tacos y juramentos varios, cuando los acelerones y frenazos se han oido cuatro manzanas más allá del barrio, por fin atisbas un hueco, estrecho, feo, casi entallando el coche, pero te parece el mismo paraiso, en poco rato objetivo conseguido, y justo ahí, aparece un tipo elegante que se airea constantemente la camisa, y te da indicaciones brazo en alto, ¡endereza!, ¡gira! ¡tuerce!, se trata de un vigilante del asfalto, vamos de un gorrilla, el de mi barrio no lleva gorra, pero de cara va sobrado, porque coño, no se puede ser tan buitre y estar todos los días con la camisa aireada y soplano un euro por ver un aparcamiento que tú, que vives en esa zona, no sólo has visto es que casi hasta hueles los huecos entre coche y coche. Si contamos los arañazos, los gorrillas y dos tíos vestidos de negro tirando cosas delante tuya en otro semáforo, aproximadamente has gastado en propinas voluntariosas unos tres pavos, que al cabo del mes pesan para economías se sueldo base.
Si la ley de Murphy libra y te libras de los gorrillas te puedes topar con un personaje todavía más peligroso, aquel que pasa día y noche aparacando el coche en la zona y que generalmente no hace otra cosa al cabo del día, por lo que la batalla está inexorablemente pérdida. En mi barrio este tipo de personaje está representado por un abuelete, lógicamente jubilado, con parcela y con dos autos, un Pandilla y un "todoterreno" de los viejos, el caso es que vengas a la hora que vengas está haciendo guardia para aparacar, está aparcando, ha aparacado o, en algunos casos, y tiene dos coches, reserva sitio para uno de sus hijos, si tiene visita. La capacidad de este hombre no tiene límite, una noche me levante a orinar y al pasar por el salón que da a la calle pude ver que ya había comenzado la patrulla, en plena madrugada, este comportamiento enfermizo debe estar diagnósticado, es una especie de "Diógenes" de los vados, terrible de verdad.
Después de superar estas difíciles pruebas, que ya les advierto no todos los tapacubos soportan, por aquello de los volantazos y los tacos, fase ya explicada, por fin te orillas, intentas recomponer la camisa, ha quedado empapada y arrugada, te quitas el sudor de la frente, prueba superada, las pulsaciones vuelven a bajar de ciento ochenta por minuto, una incipiente torticolis te clavetea el cuello por la tensión, se acabó el coche y la batalla, mañana será otro día. Unos pasos más alante te das cuenta que te están observando, que han dado cuenta de todos tus movimientos, juramentos y palabrotas, observas y ahí arriba está con una sonrisilla de triunfo, el tipo ese del primero que trabaja menos que un "espía sordo", otro tipo nuevo de cotilla, el Alcahuete de Nintendo. Como siempre buena tarde amigos.