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miércoles, 14 de junio de 2017

Banderas, himnos y otros símbolos patrios.

Nos abrasamos, esa es la pura verdad. Este año la primavera se ha esfumado antes de lo esperado, y hasta el famoso refranero patrio ha fallado en sus predicciones y así, mucho antes del cuarenta de mayo,  el sayo sobraba, también el pantalón y hasta si me apuran,  la misma piel. ¡Que calor! 
La verdad que no sabía muy bien de qué escribir, no me venía la chispa creativa o el recurrente mosqueo inspirador, hasta que por fin he podido ver la luz de un posible artículo y me he decidido a ello, no se muy bien como saldrá. 
El origen de mi argumento está en dos sucesos de corte deportivo, por un lado, la final de la copa del Rey (menos da una piedra, peor hubiese sido una copa del Generalísimo)  y por otro lado, la décima victoria de Rafa Nadal en Roland Garros, que menuda hazaña,  sea dicho de paso. ¡Grande Rafa! Del primer acontecimiento, al margen de lo deportivo lo que podemos extraer es que de nuevo hubo pitos al himno  nacional, por parte de las hinchadas, o mejor del público que acudió al partido, no todos, pero si un buen número de ellos. Por su parte, del segundo acontecimiento, de la victoria de Rafa podemos referir admiración, satisfacción, unión, sin embargo, en ambos casos nos encontramos con deportistas, que nos representan, pero su simbolismo es distinto, por un lado hay rechazo al himno de España, pero por otro hay orgullo de un deportista español ¿Por qué? Posiblemente podemos reseñar que en nuestros días los símbolos que nos unen, no son los tradicionales; bandera, himno o corona,  y ni mucho menos los toros o el flamenco, en estos últimos casos nos encontramos con tópicos, además muy manidos en todas sus acepciones. En la actualidad la españolidad no viene representada por lo que he señalado anteriormente, sino que en buena parte nos sentimos identificados con deportistas que nos unen y nos permiten celebrar , a voz en grito, una canasta de Gasol frente a Francia, un "ace" de Nadal en cualquier pista de tierra batida, un tour de Indurain o de Contador, o el famoso gol del Iniesta de mi vida que dijese Camacho y que valió un mundial. En todos los casos señalados anteriormente, se establece una unión casi sagrada entre el deportista convertido en símbolo y los espectadores que disfrutan como niños ante una consecución más para el país, en un comportamiento o sentimiento semejante al que pudiese tener un romano de a pié cuando un general derrotaba a una tribu germana, que en nada mejoraba su vida, pero que era sentido como algo propio, y de ahí el símbolo. Pero el símbolo no puede ser impuesto si no, la magia se esfuma y se rompe el vínculo entre el icono y sus seguidores.
Es muy difícil encontar una solución al asunto que aquí barajamos, dado que un pueblo adquiere su simbología de una forma natural a traves de una enculturación que se da en los primeros años de vida, por tanto tratar de conseguir que la gente, o más gente para no ofender, se sienta identificada con el himno y lo venere y respete tal y como hacen en otros lugares, como en Francia donde la Marsellesa es casi sagrada para todos, se convierte en una labor ardua y casi imposible. Podríamos buscar o preguntarnos al menos cuál es el motivo por el que gran parte de los ciudadanos del país no se sienten representados por el himno nacional, en vez de hacer un ejercicio propio de mastuerzos y empezar a despotricar y condenar la actitud de estos silbadores. Para empezar podemos decir que el himno nacional es una marcha real que no tiene letra, y por tanto, como pueden observar desde el principio vamos mal. El hecho se ser una marcha real posiciona al país a adoptar una actitud favorable para con la monarquía, y bueno empezando por mí, no estoy dispuesto a venerar un himno que engrandece una institución que no comparto, ahora bien, yo no silbo al himno, lo respeto al igual que respeto las procesiones e incluso que alcaldes izquiedistas las presidan con bastón de mando incuído y escoltando a la curia por las calles y plazas de todos los pueblos de nuestro querido solar patrio. De ahí,  del respeto a la veneración hay un trecho, pero no es este el caso, la cuestión es que como yo, mucha gente acepta porque no es un problema fundamental, es una minucia, pero cuidado hay que tener símbolos que nos engrandezcan como país, y parece ser que los que tenemos no convencen mayoritariamente.
Ser un pueblo como el nuestro, capaz de acuchillar a los franceses que nos invadieron, de tachar a Goya de afrancesado, sin olvidar que el genio maño falleció en el exilio francés de Burdeos, de hacer una magna obra constitucional en las Cortes de Cádiz, de las más avanzadas de su época o ser responsables también de la sangría (in)civil del siglo pasado que nos dividió hasta nuestros días, hace que la simbología cuente, y mucho, España es un país muy viejo con demasiada historia e historias, y con grandes dificultades para conciliar los distintos bandos, parece ser que no estamos a la altura de la Historia, debemos ser capaces de cerrar ese pasado de guerra y dictadura, y eso pasa por pedir perdón, de ambas partes, de aceptar el mismo y construir de nuevo un país sólido, y a ser posible ilustrado, capítulo este que nos saltamos entre puñalada y arcabucazo. Estos pitidos y silbidos y su contrapartida en forma de insultos, evidencian una mancha en el bonito vestido que nos vendieron como Transición ejemplar de la caverna al paraiso capitalista de nuestros días, poniendo de manifiesto que no todo fueron cafés y pastas para todos, y que quizás tengamos que readaptar los símbolos surgidos de una Transición demasiado pagada de si misma, es decir evolucionar el sistema surgido de la dictadura y conseguir una unión entre el pueblo y sus símbolos.
Hablar de nación de naciones, de España plural, de preguntar o de sentirse o no más o menos español es producto de ésta falta de vínculo entre el Estado, sus símbolos y representantes y el común del pueblo. Nadal, Puyol, Gasol, Garbiñe, Iniesta, Indurain, Contador, Alonso,Mireia y otros muchos deportistas españoles consiguen una unión entre nosotros como jamás lo han logrado ni el himno, ni la bandera, ni el Rey, equivaliendo a Blas de Lezo, Daoíz, Velarde, Agustina de Aragón, el Cid o Don Pelayo, convertidos en estandartes de lo que significa ser español a lo largo de la Historia, que como dijese Arturo Pérez Reverte, está bastante relacionado con eso de saber perder (vidas, territorios, barcos, plazas o prestigio en honor de eso que se llama España).
Pienso que una vez cerradas las heridas que nos hemos inflingido entre nosotros mismos volverán a surgir los símbolos de unión como pueblo, y todo ello pasa por saber que ya tenemos símbolos universales que nos representan , cada vez más olvidados por empeños bilingües y futiles propios de una administración vacia e iletrada, pero que desaparecerán tarde o temprano mientras don Alonso Quijano seguirá peleando con gigantes o "Minaya" Alvar Fañez  hará lo propio acompañando a Rodrigo Díaz de Vivar, quizás el surrealismo siga llamándose Salvador Dalí, y el "pobrecito Hablador" se cruce con don Benito Pérez cuando salga a ver la Historia de España,  en fin que símbolos e iconos no nos faltan, tan sólo hay que ponerse a ello,  buena tarde .